Hace algunos meses el drama hizo acto de presencia en el cafelito que tomamos algunos padres a la salida del colegio de nuestros hijos: la profesora dijo a una de las madres que el rendimiento de su hijo en ciencias naturales (o como demonios se llame esa materia ahora) estaba bajando. Poco faltó para alertar a los bomberos; si existiera el Servicio de Emergencias de Rendimiento Escolar hubiéramos llamado fijo.
Zafarrancho de combate, movilización inmediata. Charla con el chaval, segunda charla con la profesora, consultas en internet, búsqueda de un profe de clases particulares, encuesta informal con otros padres… Luego no era para tanto, por lo que se ha visto en las últimas notas. A lo mejor a veces damos demasiada importancia al rendimiento escolar de nuestros hijos, ¿no os parece?
Ojo, con esto no queremos decir que no sea importante, sino que puede ser contraproducente fijarnos demasiado en unos vaivenes que son completamente lógicos en cualquier carrera académica. La primaria es un periodo de aprendizaje no sólo de contenidos y materias; los niños también están aprendiendo cómo estudiar, que es más importante que los resultados en sí mismos, sobre todo de cara al futuro.
Las acciones indirectas son más efectivas
El rendimiento escolar de nuestros hijos es una de esas cuestiones en las que se nos ve claramente el plumero a los hiperpadres. Intentar programar o incluso supervisar los patrones de aprendizaje de nuestros hijos es sencillamente quimérico. Hay tantos
factores a tener en cuenta (https://www.javiertouron.es/250-influencias-sobre-el-rendimiento/) que, siendo realistas, cualquier esfuerzo por llevar las riendas del rendimiento escolar de nuestros hijos es en vano; está, simplemente, fuera de nuestro alcance.
Partiendo de ese punto de vista y tal vez un poco más tranquilos (o resignados) al respecto podemos empezar a hacer algo por mejorarlo; será poco y “de lejos”, pero si lo asumimos evitaremos la propia frustración y, sobre todo, meter demasiada presión a nuestros hijos al respecto, una presión claramente contraproducente.
Así que, si bien no podemos controlar el rendimiento escolar de nuestros hijos, podemos intentar ponérselo fácil de varias maneras para que sea el mejor posible:
- Procurando que tengan un ambiente y unas técnicas de estudio adecuadas.
- Interesándonos por el proceso de aprendizaje de nuestros hijos (hablando sobre lo que han hecho hoy en clase, por ejemplo) más que por los resultados.
- Involucrándonos en actividades motivadoras donde sea necesario utilizar lo aprendido en clase; irnos un fin de semana a Inglaterra si lo que falla es el inglés, por ejemplo.
Un árbol no hace un bosque
Lo que está claro es qué no hay que hacer. Ni hacer de ello una montaña, ni culpabilizar al niño (será el responsable, pero censurarlo por su bajo rendimiento no ayuda) ni presionarlo para mejorar, ya que las medidas que podamos tomar en función de su rendimiento escolar pueden parecer más un castigo que otra cosa (por ejemplo, “esta tarde no puedes salir porque tienes que mejorar tu rendimiento escolar”).
También hay que tomarse un tiempo para analizar la evolución de su rendimiento. Un trimestre con malos resultados no significa gran cosa; tres trimestres seguidos sí pueden significar algo. Igualmente, si sólo le ocurre con una asignatura… Lo recomendable es tratar el caso en primer lugar con el profesor para intentar localizar las causas y las posibles soluciones, y tal vez con algún consejero escolar o especialista.
Si te agobia mucho la situación siempre puedes recurrir a actividades de refuerzo online (https://dev.supertics.com/), pero recuerda (de nuevo) que la actitud de tu hijo es fundamental para que esta o cualquier otra medida sirva de algo; si no está por la labor, poco efecto positivo tendrán estas actividades. Por ello, procura presentárselas no como un complemente a sus tareas escolares, sino como un desafío intelectual; como el que plantea cualquier juego, por ejemplo.
Por último, y de nuevo con afán de tranquilizar (con pocas esperanzas, eso sí) a los padres inquietos, hay que decir que un rendimiento escolar bajo no significa gran cosa. Es decir, no significa más que eso, que las calificaciones escolares son bajas. No significa que nuestro hijo tenga problemas de aprendizaje, no vaya a ser capaz de gestionar su vida o vaya a ser infeliz. Y eso es lo importante de verdad, ¿no?